"Si hay algo caracteriza a la historia de América Latina, es la turbulencia. Y dentro de ese contexto general, es indudable que las décadas de los 60s y 70s del siglo XX, fueron especialmente tenebrosas. Es un período conocido como el de 'los dos demonios'”
Por un lado tenemos a los guerrilleros -muchos pretendiendo emular las “hazañas” de Fidel Castro y el “Che” Guevara en Cuba- se dedicaron con encono a asolar a la sociedad civil. Por el otro, a los militares que guiados en su mayoría por la “Doctrina de
No hubo ingenuidad. Todos tenían clara conciencia de lo que hacían y de los riesgos que tal decisión implicaba. Unos y otros robaron, secuestraron, torturaron, violaron y asesinaron. Unos y otros, se autoproclamaron los nuevos “Mesías”. Unos y otros, instalaron “El Terror” en sus respectivos países.
En los años 80s, la democracia se impuso en gran parte de la región. En esas circunstancias, se levantó el telón que cubría el accionar de los regímenes militares. Como consecuencia de ello, lo que antes sólo se podía decir a media voz, alcanzó resonancia internacional. Todo el horror y la inmundicia quedaron expuestos a plena luz del día. El resultado fue, que se investigaron las violaciones de los derechos humanos perpetradas por las dictaduras. Algunos jerarcas fueron sometidos a la justicia. Y cuando eso no sucedió, igualmente recibieron la sanción moral de repudio generalizado. Además, se trató de compensar a las víctimas de la irracional represión. Si eso no era posible porque habían fallecido, el beneficio se dirigió a sus familiares.
Sin embargo, sería un error el considerar, que con el retorno de la democracia a la región se impuso la justicia. La razón es, que únicamente fue condenada moralmente una de las partes responsables de instaurar “El Terror”. "Por increíble que parezca, la otra no sólo salió incólume sino que hasta adquirió una cierta aureola romántica. Entonces, no prevaleció
Pero, tal como dijo Pilar Rahola “(…)la primera idea fundamental es que no hay víctimas buenas y víctimas malas. Las víctimas lo son integralmente, más allá de quiénes apretaron el gatillo. La víctima de una dictadura no es más víctima que la que cayó bajo las balas de un grupo de terroristas, decididos a imponer, con la violencia, sus ideas revolucionarias. Perpetrar todo un edificio de memoria y dignidad, expulsando de ese edificio a una parte sustancial de los que cayeron, es construir sobre barro. Peor aún, es intentar hacer justicia con cimientos injustos.
Si, además, se abre en canal el pasado, se juzga a los criminales, se levantan las amnistías, pero todo ello se hace con la mirada tuerta, sólo hacia un lado de la balanza, entonces se consolida otra forma de maldad. No se hace justicia. Se perpetra venganza”
En un reciente artículo, Arturo Larrabure expresa que “Hay una nueva clase de desaparecidos en
Y frente a los que alegan que la violencia guerrillera fue insignificante comparada con la de los militares, Larrabure señala que “Corroborando la existencia del plan criminal,
¿cómo puede construirse el futuro sobre una parte de la memoria trágica ignorando, ninguneando, despreciando a la otra? ¿Cómo pueden quedar impunes los “otros” crímenes, los “otros” culpables?
Se sabe, porque así lo han reconocido diversos grupos guerrilleros latinoamericanos, que sus cuadros fueron adiestrados militarmente en Cuba. (Montoneros, p.ej) Fidel propició y financió la expansión de la guerrilla en todo el continente. Asimismo, que los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos entrenaban a los distintos ejércitos latinoamericanos en Panamá.
Al fin de cuentas, son dos caras de la misma moneda. Pero esto que parece tan sencillo de ver, no se encuentra enmarcado bajo ningún concepto de Justicia (siempre y cuando no consideremos aquellas versiones maniqueas de los hechos...).
En Argentina, mucho se ha escrito sobre la interrupción militar del gobierno constitucional ocurrida el 24 de marzo de 1976 y sus consecuencias. Poco con carácter histórico, es decir con equilibrio, buena fe, auténtica investigación y mucho con parcialidad, propaganda, sin autenticidad, sin verdad y sin razón. Desde hace ya mucho tiempo se ha intentado tergiversar los sucesos, las causas y consecuencias de la historia argentina, sobre todo la de los últimos años. “(…) Ahora mismo se está preparando una sinrazón de mentiras, exageraciones y mezquindades, que lejos de servir como enseñanza, que es uno de los méritos de la historiografía, lesionará aún mas el tejido social de nuestra castigada población, alimentado odios y enfrentamientos, sin provecho para nadie (…)
Fueron cientos, la mayoría asesinados antes de la dictadura, víctimas de una revolución que clamaba por la vida, pero hincaba sus pezuñas en el odio. En esta Argentina torturada, cuya dictadura sangrienta, malvada y feroz dejó un reguero de sangre, dolor y rabia, existieron víctimas distintas de las víctimas oficiales, víctimas que no tienen su lugar en la memoria, ni reciben el aplauso oficial, ni salen en las lágrimas públicas. Víctimas que aún se esconden por los rincones de la clandestinidad, como si fueran responsables de su propio asesinato, como si, por haber sido escogidas para morir, tuvieran culpa. Víctimas convertidas en victimarias. Esas víctimas reclaman, desde la oscuridad del olvido, su hueco en la historia de
Justamente, escribo esta entrada tras un día de violencia, de explosión de odio y terror. Desde que los Kirchner se encuentran en el poder, todos los 24 de marzo resultan en un feriado nacional, un día dedicado a insultar, agredir, destrozar, escrachar, incendiar, acosar; días propicios para arrojar alguna que otra bomba molotov, entre otras delicias. En un día que hoy debería denominarse algo así como del “odio nacional”, antes que por la memoria… (bien es sabido que toda sociedad para salir adelante ha de consensuar y hacer a un lado los fantasmas de su pasado).
Si se tratara de justicia, todos los argentinos (no sólo una parte, y muchos encapuchados) nos reuniríamos en la plaza principal de cada provincia, pacíficamente, sin banderas políticas, sin agredirnos, para recordar uno de los momentos más sangrientos de nuestra historia, honrando a nuestras víctimas con un minuto de silencio y reflexión, ya que todos los muertos merecen tener un lugar en la memoria.